Mi abuela Virtu es la tercera de cuatro hermanos; su padre se dedicaba a la agricultura y su madre a las tareas de la casa y a cuidar a sus hijos. A ella le gusta contarnos cómo los domingos su padre sacaba de la cuadra el carro y la mula, y los paseaba por el pueblo. También le gusta recordar anécdotas que le sucedían en el colegio o con sus hermanos. En su juventud le gustaba ir con sus amigas al paseo. Mi abuela Virtu es muy simpática, amable, pero cuando está mi primo que es un poco travieso, se pone nerviosa. No es muy alta, su pelo es corto y grisáceo como el de un día de tormenta y sus pequeñas ojos son brillantes como las estrellas. Cuando te mira expresa en su rostro una dulce calma y su voz parece salir desde el interior del corazón. Le gusta salir a pasear con mi abuelo y escuchar el din don de las campanas de la iglesia, pero sobre todo cocinar, ya que lo hace como una auténtica chef.
En una ocasión un leproso se acercó a Jesús y le dijo rogándole de rodillas : "Si quieres puedes limpiarme", es decir, si Jesús quería podía sanarlo. Jesús, compadecido, viendo que la fe del leproso era grande accede a tocarlo. Y extendió la mano, le tocó y le dijo: "Quiero, queda limpio". Y al momento, desapareció de él la lepra y quedó limpio. Jesús lo despidió y le dijo que no dijera nada a nadie y que se presentara al sacerdote pero él fue contando el milagro de Jesús hasta el punto de que ya no podía entrar en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares apartados. La lepra era en aquella época una enfermedad contagiosa que se transmitía por el contacto de la persona infectada por ella y una sana. Esta afectaba a los más desprotegidos y a las clases sociales más bajas. Esto hacía que los enfermos de lepra se retiraran a lugares apartados para no contagiar a los familiares. El leproso renunciaba a sus bienes y a sus familias para vivir con o